La música de los puertos


Como un niño, me dejo acariciar por los primeros rayos de sol, recibo sus besos, respiro la mar. Mantengo los párpados caídos, atrapando el momento, dejándolo pasar. 
Sí, los párpados caídos, subyugado por el aroma del café recién hecho saboreo ese pequeño milagro que es un espresso, hechizado por la música del puerto. 
Sí, la música del puerto: el repiquetear de obenques, obenquillos y flácidas jarcias, rasgueado por la mano de una brisa animada en su transito a viento tranquilo, armonizando las cambiantes melodías; el el graznido de unas pocas gaviotas, el chapoteo de los cascos y pantalanes, el ronroneo del motor de alguna barca  desapareciendo en la bocana, salpicado por el ladrido de un perro a lo lejos. 
El tintineo de una cucharilla golpeando los bordes de la taza y alguna conversación que llega afelpada, me devuelven a este lado. 
Sorbo, lo retengo en la boca, el café recubre mi lengua. Sin proponérmelo voy diseccionando las sensaciones: su acidez, una punzada agradable en la lengua con un eco seco en el paladar; su dulce amargar en la parte de atrás de la lengua, … un dulzor periférico. Trago saliva, un “aftertaste” tostado, afrutado, turpeny permanece en la boca y nariz. Sonrío, esto lo memorice del semanal de algún periódico para impresionar a alguna amiga. 
Con dificultad y pereza voy dejando que entre la luz, abro achinando los ojos. Tras los fosfenos y centelleos, en un transito de corpúsculo a materia, los perfiles van siendo personas, objetos, movimiento. A pocos metros puedo ver a un perro pequeño, despeinado y mestizo, dando vueltas y vueltas afanándose en morder su cola. Rafa, que sigue haciendo el crucigrama del periódico, se ha apercibido de que he abierto los ojos y observo al perro, comenta: “Lleva así un buen rato, puede que esté jugando, o que tan solo sea un tic que tal como ha venido, se va, pero también puede que sea un comportamiento de naturaleza obsesiva, algo muy similar a trastorno obsesivo compulsivo”.
“Puede, aunque tal vez,  tan solo sea uno más buscándose a si mismo, no”. He contestado, sin dejar de mirar a aquella reencarnación canina, mestiza y despeinada, de la rueda de la vida. El perrito ha seguido persiguiendo su rabo hasta que algo, imperceptible para mí, ha llamado su atención, se ha detenido, me ha mirado y, dándome la espalda, se ha alejado a trote alegre sobre el pantalán. 
"Quizás se ha encontrado a si mismo" – he dicho en silencio. Acaso, no es ese el primer paso para empezar a perderte. 
Respiro el salitre, he vuelto a entornar los ojos, en el centro de la música del puerto oigo un ladrido a lo lejos, desapareciendo en la bocana.

Denia 25 de setiembre de 2018












































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