Pakitzapango

Hace ya un tiempo que el tiempo se ha diluido y se ha convertido en otra cosa. Algo distinto y no lineal, un "algo" circular que, como en las tradiciones monásticas, va pautando el día. Te despiertas de madrugada,  reina el misterio y la oscuridad,  una forma de silencio que va desperezándose. Las gotas de lluvia y la brisa en las hojas de los arboles, el transcurrir del agua en el riachuelo,  los sonidos de los animales, todo  va pespunteando el amanecer. Aspiras la Naturaleza, es tu meditación, la "vigilia". Llega la luz del día y con ella la sinfonía de todas las voces y sonidos de la selva se magnifica. Allí a donde mires percibes el trajín de las hormigas, de los insectos, de los pájaros, de todos los animales, es el momento de tomar las labores del día. El sol sigue su curso circular hacía lo alto. A media mañana hago un corto receso y como algo, siento que mi cuerpo despierta totalmente y doy gracias. El sol está en su cenit, respiras hondo,  todo vibra con especial intensidad y sientes que formas parte de esa vibración, de ese todo. Siempre hay alguna tarea en la que participar, ayudando. Transcurre el momento. Las sombras empiezan a alargarse y se va apagando la jornada dando paso a luz de las lamparas. La oscuridad va cayendo. Las plantas, los árboles, los pájaros, las formas se desdibujan, los sonidos del día callan y dan paso a los sonidos de la noche. Es verdaderamente mágico, un milagro, distinto cada vez. Tras un baño en el río, es el momento en que,  bien en la soledad del tambo o junto a alguien,  repasas la jornada, analizando y reconciliando las contradicciones de ese día. Tumbado en la hamaca o el camastro, cuando se apagan las llamas de las velas y lamparas,  susurro  esta oración: "una noche tranquila y final perfecto se nos concede". Y así, vas dibujando el circulo de cada día.  Ese es el fluir de mis pensamientos mientras miro las aguas, de un marrón turbio debido a las fuertes lluvias de estos días. Las veo abrirse como unas piernas morenas ante la proa de nuestra canoa a motor. Llevamos algo más de ocho horas navegando por el río Ene, cuando a la izquierda, de forma inesperada, recortado sobre el azul intenso del cielo, arrogante y sobrecogedor, se levanta un cerro infinito: es el cerro de Pakitzapango (casa del águila). Tras unos minutos de silencio, el ronroneo del motor me devuelve a la realidad.  Mauro, levantando la voz, me cuenta que hace muchos años aquí  vivía  una pakitza (águila) gigantesca que devoraba a todos los ashaninkas que cruzaban el río en sus canoas. La voracidad del águila era insaciable. Hartos de servir de alimento al monstruo, los ashaninkas moldearon con arcilla húmeda una figura humana y la vistieron como si de uno de ellos se tratara. La montaron en una piragua y  empujaron la embarcación río abajo. Tan pronto como el águila vio a la figura antropomorfa se abalanzo sobre ella con la intención de devorarla, pero sus garras quedaron  prendidas en la arcilla. En ese momento cientos de flechas ashaninkas terminaron con la pakitza. 
Muchos años más tarde el cerro de Pakitzapango, antaño casa del águila, fue elegido por los terroristas de Sendero Luminoso como cuartel general. Desde allí, los terroristas,  disparaban sus armas, apresaron, violaron y mataron a cientos de ashaninkas. El monstruo había resucitado,  instaurando de nuevo su  régimen de terror y aniquilación. Situación que se mantuvo, ante la indiferencia del gobierno peruano,   hasta finales de los 90. 
El tiempo, en su condición circular, vuelve a traer una y otra vez los espíritus del ayer.  El  de aquella gigantesca águila mantiene una insaciable  sed de sangre y de vidas humanas, y hace unos pocos años, en el 2009, volvió a resucitar. Este lugar, el cerro de Pakitzapango, fue elegido por el gobierno peruano, en Lima,  para levantar una presa y ubicar una gran central hidroeléctrica. La construcción de esta central hidroeléctrica  hubiera inundado todo el territorio donde se asienta la practica totalidad del pueblo ashaninka. Como ha pasado con muchos otros pueblos, este hecho hubiera desterrado y, progresivamente, aniquilado a la etnia ashaninka. 
Gracias al tesón de la líder ashaninka Ruth Buendía Mestoquiari (Premio Goldman y XXIII Premio Bartolomé de las Casas) que, de forma pacífica,  ha sido capaz de unir la voz del pueblo ashaninka y hacer que esta se oiga en los principales foros internacionales,   la obra no se ha comenzado, la empresa ha abandonado el proyecto y hay sentencia internacional que la prohibe, pero ... 
Esto me va contando Mauro mientras, con pericia,  va abarloando la embarcación al costado de otra barca de una eslora similar a la nuestra.  Siguiendo sus indicaciones salto al desvencijado y precario pantalán medio sumergido en el agua, para amarrar  nuestra piragua. Una decena de niños ha venido a a esperarnos, nos gritan, sonríen a Mauro, pero están fascinados conmigo, con el color de mi piel, con mi  aspecto. No paran de reír y de gritar. La algarabía dura unos minutos, luego se dispersan y vuelven a sus juegos, como si no hubiera pasado nada. Cogemos las mochilas y las botellas que nos dio el maestro, Don Juan Flores. 
No hemos dado quince pasos desde el pantalán, cuando se nos acerca una chica adolescente. Sus rasgos son preciosos,  de tez muy morena y pelo azabache. Nos acompaña hasta un porche donde hay cuatro sillas y una mesa, sonríe y desaparece. A los pocos minutos nos trae una fuente bastante grande de pescado frito. La acompaña una mujer de unos 40 años que nos da dos vasos y una jarra con un liquido tostado. Desde que hemos bajado de la canoa no hemos pronunciado una palabra, sin embargo no hemos dejado de sonreír.  Tras servirle a Mauro, lleno mi vaso, hago el gesto de brindar y me lo bebo de un trago. Parece cerveza, le digo. Mauro me explica que es masato, una bebida elaborada con sancochada fermentada con agua y saliva. Miro el liquido, suelto una carcajada y  sirvo un par de vasos más.
Los niños juegan, corretean  cerca de nosotros, cada vez son más. Aquí los niños no se llaman Nymar, ni Walter, ni Ronaldiño, se llaman Metzoquí (suave), Sartaní (avecilla que vive en las rocas), Yanatí (espíritu que elimina a quienes invaden tu territorio) o Ení (hormiga guerrera). 
Los ashaninkas son un pueblo pacifico. Ashaninka en su lengua significa "nuestros hermanos". Son cazadores y agricultores. Las tierras son de todos, y cada uno cultiva un pedazo de tierra, el suficiente para garantizar el alimento de su familia. Aunque comparten el alimento con cualquier visitante que no vaya a saquear o a invadir (biracocha). No se casan. Para ellos tener hijos es como casarse para nosotros. 
En la actualidad,  tanto el narcotráfico,  con su expansiva necesidad de implantarse en la selva, arrasando grandes extensiones de terreno para plantar coca;  como el terrorismo especulativo y de inversiones estatales de los oligarcas blancos y de empresas extranjeras (petróleo, madera, transgénicos, etc.), pone contra las cuerdas, en situación extrema y peligro de extinción a miles de indígenas que viven en y de la Selva Amazónica, entre ellos a la comunidad de los ashaninkas.

  La líder ashaninka Ruth Buendía
























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