aulora !!!

… por aquél entonces, tal vez un año más tarde, era cuando un chico que venía a nuestra clase,  Filiberto, durante la hora del patio se solía meter  el dedo indice en el culo e, inquisitivo, nos decía “aulora, aulora!!”. Filiberto era dos o tres años más mayor y bastante más alto que nosotros.
Recuerdo perfectamente la cara de Filiberto, era mucho más grande que la nuestra. Tenía el pelo cortado en forma de casco, negro, negro, graso, muy lacio y con una greña a la que siempre le estaba soplando para apartársela de los ojos. Las ojeras y su  piel cetrina y macilenta le otorgaban  un aspecto lúgubre y sombrío. Para mí era un filisteo. Bueno,  quiero decir que cuando escuchaba la palabra “filisteo” esta me llevaba  inexorablemente a Filiberto y a su puto dedo inquisitivo. Y, por aquel entonces, los filisteos eran malos, malos, pero malos de cojones. Ahora veo perfectamente su cara, la recuerdo porque siempre te la ponía a dos dedos de la tuya, echándote su ajado aliento: Aulora, aulora!!. Ni que decir tiene que yo olía aquel dedo, muerto de asco y humillación, olía aquel dedo. Con el tiempo he pensado en Filiberto como en alguien con algún tipo de minusvalía mental, con alguna tara intelectual, un pequeño retraso que le obligo a ir con niños más pequeños a clase. Los mayores, los de su edad, debían reírse de él,  con total seguridad lo humillaban, y él, como no podía ser de otra forma, se resarcía con nosotros. Pues bien, cuando nos tocaba  gimnasia él venía desde casa con unos pantaloncitos de espuma azulmarino superceñidos. Tenía las piernas largas. Su cartera del cole era igual de pequeña que la nuestra, hecho que  potenciaba más aún su desproporción, su desgarbo. Hace poco, vi a Filiberto en el parking de Mercadona, él no me reconoció. Llevaba un gran todo terreno, también llevaba a una mujer con cara de asustada, dos hijas asustaditas, y un hijo pequeño de unos seis o siete años. El niño, soplándose la greña, me miró desafiante  desde el asiento trasero a través de su flequillo negro, graso y lacio. Aparté la mirada, no quise ver su puto dedito, pero sentí algo parecido al miedo.
Debía estar en primero de BUP, seguro que sería en una aburrida clase de latín, algo me hizo pensar en Filiberto y en  “aulora, aulora!”. Entonces lo interpretaba, no como algo escatológico, sino como un algo sexual que a Filiberto le ponía, le reportaba placer. Sin embargo, ahora, recordando las escenas, su gesto, su alejarse triunfante creo entender que el placer que sentía Filiberto en aquello no era sexual, era esa “erótica” que debe tener el poder y su argumento el miedo. Sentir cómo alguien se doblega ante tus deseos, ante tus dedos y, asustado, cede a tus arbitrarias pulsiones. Más tarde aún, en la mili, con las novatadas, los abusos y las continuas vejaciones entre “compañeros”, pude ver como la consentida sistematización de actos muy similares a los de Filiberto servía a los mandos para someternos. Si, entonces comprendí el vasallaje, entendí lo necesarios que son los Filibertos, para mantener la jerarquía,  el cómo unos sirven a los otros en forma piramidal. Lo vi claro, comprendí la capacidad increíble que tiene la mente para convertirnos, a cualquiera de nosotros, en amable o cruel, en creativo o destructivo, el Sistema lo sabe, y sabe lo fácil que es asignarnos el rol,  otorgarnos a cada uno un papel, darnos el soporte institucional para que cada uno asumamos nuestro personaje, de jefes o vasallos, de héroes o  de villanos. Pero sobre todo, sobre todo, comprendí el alcance,  la trascendencia del miedo en todo esto.  El significante de la palabra miedo. Comprendí la importancia que tenía, que tiene,  el miedo para ellos, así como lo importante que iba a ser el miedo en mi vida. Y eso me asusto.

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