Desterradas las palabras


Henos aquí instalados en este espacio limitado por cuatro paredes, con cuatro puertas y una fuente.
El suelo blanco, de mármol de Carrara. El aroma a helecho,  madreselva,  cuero y madera tropical. Las puertas, como tableros de ajedrez, hechas de ébano, sándalo y haya. En cada puerta dos pequeños y sencillos  picaportes de latón que, creo recordar, tu has elegido.
En silencio, porque todo ocurre a través del silencio,   hemos acordado el tono óptimo e intensidad de brillo  para cada picaporte. Es el brillo adecuado para que luz y picaporte sean uno,  tres, o un millón. En el transcurrir del día asistimos atónitos y maravillados ante las explosiones iridiscentes de los haces; o permanecemos  emocionados,  sin apenas poder respirar, ante la belleza abrumadora de  la soledad de un rayo que guillotina nuestros cuerpos.  A veces, tu atesoras  los matices, yo acumulo los reflejos. Basta con cruzar nuestras miradas,  tu me pasas los matices, yo te lanzo los reflejos, y así vamos viceversando.  Todo ocurre a través del silencio, en  el  noble silencio  arrullado  por nuestra respiración. En el silencio que, ahora, reverbera con el chorro de la fuente,  una vibración fresca que eriza y  hace temblar nuestras pieles.
Hay un lenguaje de luz, de cuerpos, de aromas, de lenguas sin voz. Desterradas las palabras.
Apenas una suave presión de tu pie desnudo hace que brote el agua, fresca y cristalina, chocando contra nuestros blancos dientes, devolviendo la vida a la  lengua, que, entre los labios  asoma viva como un  fresón hidratado. Mojada frescura que, en apenas un apenas,  se transforma en una sensación cálida y húmeda en nuestro centro.
No soy capaz de recordar quien nos ató las manos a la espalda, pero la verdad es que no me importa. No me importa ni quién, ni por qué, ni tan siquiera el hecho de estar atado. Creo que afirmo por los dos, cuando pienso  que este hecho no nos limita, ni nos castra, más bien al contrario. Hemos recordado que toda la piel es mano, la lengua mano, la mirada mano, ... Además, tengo que confesarte que  me resulta placentero, que me excita,  el tacto del pañuelo de seda verde (cáscara de) almendra que ata nuestras manos. Pañuelo que, creo recordar, tu has elegido.
Estamos tumbados, o en cuclillas, de pie,  o sentados en el suelo. Entre minuto y minuto nos miramos y respiramos. Nos levantamos y chupamos los picaportes. En silencio, hemos pactado que alternaremos chupadas, es decir, que todos los picaportes de todas las puertas son susceptibles de ser chupados por ti, o por mi.
No hay dentro ni fuera, pero nos sentimos dentro.  No hay tiempo, ni espera, pero cada minuto te miro a los ojos, nos miramos, y sentimos que ha pasado  algo, quízas tiempo. Amamos ese silencio, y al cruzarse las miradas, la luz, los matices y reflejos, hacen que sintamos en verde te, en naranja amargo, en azul ultramar, y que, en ese hermoso silencio, sintamos  las melodías, ora las otras músicas.
No  podemos olvidar  que chupamos picaportes con un fin, bruñir el latón: mantener unas condiciones de brillo y de superficie  que garanticen la comunión de la luz y el metal, el deleite a través de las maravillosas iridiscencias,  tanto para nuestro onanismo, como para el disfrute de otros posibles visitantes que accedan a este espacio.

... en el silencio, en el noble silencio,  a veces el sonido del agua,  nuestra respiración sin interferencias, sin tapujos, sin querer ser algo que no es ... sin querer evitarlo

#Kalpitiya  #Sri Lanka, enero 2018

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