Con tus paisajes en mi retina



Creo que llevo unos dos días aquí en la selva. Dos o tres días sin tiempo. Días en los que el tiempo se diluye como un recuerdo innecesario. Es difícil pararte y escuchar,  ¿qué oyes?, ¿qué ves cuando cierras los ojos y escuchas?. Ayer cuando fuimos niños éramos capaces de oír el futuro, de escuchar con precisión lo que pasará mañana y lo que nunca llegara a pasar. Lo oíamos con la misma claridad  con la que lo oyeron los peces el diluvio. Soy incapaz de recordar lo que oía, porque tal vez nunca lo escuche y todo el ayer fue un sueño. Pero cuando eres niño oyes con los ojos cerrados, con  tus nueve sentidos, pero poco a poco vamos creciendo y  nuestra alma se llena de pensamientos, de sueños rotos y vamos perdiendo uno a uno  los sentidos. Si,  poco a poco,   los vamos perdiendo, y vamos dejando de oír tantas y tantas cosas. 
Es difícil escuchar, pararte y escuchar ¿qué oyes?, ¿qué ves?.
Al cerrar los ojos, al cerrarlos como los cerraba en ese ayer inexistente, no solo he oído a los animales, a las serpientes, a los peces y a los insectos, a los gusanos y  a los pájaros, animales  que conozco o intuyo y otros que jamás veré ni tan siquiera imaginaré. Al cerrar los ojos he oído también a las hiervas, a las plantas y a los árboles,  a sus hojas, a sus ramas y a sus raíces trepando y hundiéndose.  A los frutos, a las espinas, a las flores, a sus colores  y a sus perfumes, he oído. Sí, he oído sus respiraciones que son las mías. He podido escuchar las formas y  a sus tamaños, a la luz y a las sombras, a  la brisa, la lluvia y el viento, a los ríos que fluyen bravos y a los que ya han desaparecido y cuyo sonido queda en sus cauces secos, en las piedras, en el mordisco del musgo verdeando oscuro. He oído platear grises a las rocas y a las piedras, a la bruma del vapor que besa a la quebrada. He oído a la noche,  y en la noche he escuchado a la memoria que conserva lo que está por venir, como esa luz que  va luminando el cielo de un sonido rojo anaranjado,  trazado sobre azules y negros violados. Olores, notas y silencios, formas y colores que son sonidos,  como lo mismo es lo otro, presencias y ausencias, nostalgias y cariños. Sí, bajo el cielo que ahora amanecer oigo los pasos de lo que fuimos antes de ser humanos, el andar de los vegetales y de los animales, de las piedras y de los fósiles.   La música de la  Memoria Antigua en la tierra, en las plantas, bajo el fuego, bajo el agua. Oigo a la Madre con su voz sagrada  Y todo, absolutamente todas las cosas son música, una maravillosa  sinfonía armonizando  melodías para disolverse en la brisa tibia,  en el canto de un solo pájaro, antes de transformarse en la llovizna que precede al aguacero.
Si, tus pinceles, armonías en el aire, cadencias que fluyen visibles y se posan sobre el lienzo en vibrantes líneas, que te hablan sin decir, que te dicen sin hablar. Porque cuando paras a escuchar oyes los silencios, los muchos y distintos silencios que nos pueblan. Silencios  que no se resignan a una misma piel.
Domingo cuatro de noviembre, Selva amazónica.

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