Con tus líneas en mi mirada



Tras un esperado retraso acabamos de entrar  en el avión. Me han asignado un amplio espacio junto a la ventanilla, delante no tengo a nadie. Tomo asiento.  Aún no hemos despegado y todo el mundo está haciendo lo mismo que yo: van ubicando sus cosas, sus lecturas,  los cascos,  la mantita, ... Algunos ojean la carta del menú, otros miran hacia afuera con nostalgia, otros se acomodan con cierta preocupación, algunos se santiguan. Me quito los zapatos, hago unos estiramientos, cierro los ojos ...

Además de mucha confusión,  algunas otras cosas y bastantes vacios, me llevo tus líneas en la mirada. Tus líneas que, como tus azules, tus mares y tus horizontes,  aunque hoy me duela pensarlo las siento un poco como mías. Pero es un sentir sin posesión, de verdad,  como a ti te sentía mientras te iba perdiendo  inexorablemente. Con amor e impotencia.


Me has pedido que te escriba algo para tu última exposición, sabes bien que soy poco ducho en la materia, de la misma forma que conoces mi ciega admiración por lo que haces.
Dejo que se alejen esos nubarrones grises con formas de pensamientos y empiezo a escuchar, a visualizar tus pinturas, esas lineas que ya viven más allá de los lienzos, porque vivir es vibrar, no?.


Como el que intenta cazar melodias en una obra dodecafónica, con esa miopía que nos otorga lo concreto, recuerdo que en un principio veía líneas.  Eso, lineas solo líneas. Líneas que, con precisión y esfuerzo, se tensaban sobre el lienzo. Espacios que se iban poblando de horizontales, de verticales, de paralelas y perpendiculares, y en los  que tímidamente amanecía algún color. De alguna forma cuando los observaba a solas buscaba algo así como descifrar el orden que encerraban aquellas tramas lineales, cuya alquimia las expandía. “Será la magia de la abstracción”, me decía desde el atrevimiento que ostentamos los ignorantes.

No sé muy bien en qué momento  empezarón a vibrar ante mis ojos cual cuerdas pulsadas por un dedo invisible. 
Durante la preparación de esta exposición he sido, y nunca mejor dicho, un testigo casi mudo, un voyeur que aprovechaba tus ausencias para observar, escrutar, cómo iba evolucionando aquel orden de líneas. Una vez más he seguido atónito entre la perplejidad y la admiración  la evolución de tus pinceladas, la magia de tu esfuerzo. Tus prestos rodeares del lienzo, tus  ires y venires, como arrastrada por la suave brisa de las músicas cultas que salían de la radio, ora urgentes dodecafonías, ora valses, ora adagios. Si, la música. Desde el primer lienzo se veía como la música fue apoderándose sutilmente de tus esbozos, o fueron tus esbozos los que se integraron en ella, que vendría a ser lo mismo.

Tú te marchabas, dejabas la puerta del estudio abierta, para que respiraran apagabas la luz y quitabas la música. Silencio, oscuridad y ausencia, la soledad del arcoíris, pensaba, mientras entraba en tu estudio, encendía la luz y, allí estaban, trazándose,  desvirgando aquel abismo blanco, líneas y colores, cuya dificultad de ejecución quedaba soslayada por una sencillez de ¿concepto?, no sé cómo expresarlo. Como en la naturaleza, en donde la honestidad y la sencillez son cualidades que nos hacen trascender nuestra propia naturaleza. Y aquellos espacios lineales siendo,  habían dejado de serlo. Y como ocurre en la Naturaleza la tensión y el equilibrio conviven, abriendo puertas inesperadas, puertas que se abren no para escapar, sino para entrar, para eternar. Creando esa vibración de color y de forma que provoca una expansión, una desaparición del plano espacial, absorbiéndolo,  trascendiéndolo, y en ese abandono,  en aquel silencio de tu ausencia, en el aire flotaba la música de tus lienzos, un idioma más allá del sonido, más allá de los colores y las formas, más allá de las palabras. Tu obra se fundía con la música, siendo música, como la espuma y la ola, o el árbol mecido por la brisa que es brisa.

Jueves uno de noviembre, Madrid-Lima.

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