mojándolo todo ...

Acabo de escuchar en la radio el término “sexo oral para ella",  la imagen asociada ha sido la de un híbrido entre fármaco efervescente y sexo por horas. Con lo bonito que es decir comer, chupar o amorrarse al coño. En fin, qué más da,  amorrarse al coño es algo tan primario, tan antiguo, que ya en algunas pinturas del paleolítico aparecen figuras comiendo coños. Si, como lo oyes. En el lateral de estos murales rupestres podemos ver ideomorfos que representan  figuras cuyos cuerpos se anudan, se trenzan, la boca degustando el coño, los muslos abiertos como alas; en la otra parte del mural, otras figuras zoomorfas (a las que históricamente se les ha dado más importancia), arqueros apresurados se afanan por dar caza a bisontes, uros, ciervos e ibices. Corroborando así que: en primer lugar, la práctica de comer es tan antigua como la humanidad; y en segundo lugar, que siempre ha habido espabilaos, seguramente vegetarianos, que dejaban la caza y la recolección para otros, mientras ellos/as retozaban apasionadamente en la covacha.
En la banalidad de estas reflexiones va transcurriendo mi pensamiento a través de este arte del amorrarse: que si a unas les gusta, incluso les parece la forma más placentera entre las formas; que si a otras simplemente no lo soportan; a otras ni fu, ni fa;  y, por supuesto, a algunas ni se les pasaría por la cabeza, Dios me libre (¿¿??).
Mejor amorrarse que cunnilingus, ¿no?. Además en esto del sexo, pasa como con los vinos o las bicicletas de montaña, hay mucho iniciado (“molt de tecnic”, que diría mi amigo Indale). Entre estos iniciaos es frecuente confundir, sin turbarse, el cunnilingus con la práctica de comer el culo (el esfinter). Practica  que, de paso sea dicho,  es también muy recomendable. Pero no, cunnilingus como tantas otras palabras  viene del latín, de cunnus: cuña o vulva (coño) y lingus: lengua. Ahí es na,   las juntamos,  relacionamos  la lengua con la vulva, viceversamos, y  ya estamos amorraos. Pero vayamos despacio, que estas cosas requieren paciencia y  tranquilidad. Pasito a paso. La lengua es sensible no? y la vulva?, la vulva qué te voy a contar, pues la aritmética de estas dos partes sensibles dan como resultado sensibilidad exponencial. Porque en el sexo (sano) la aritmética es de multiplicaciones y de raíces cuadradas,  no de sumas, ni mucho menos de restas o divisiones. Abundo en lo de sano porque lo que suele restar y dividir, “enfermar”, son los bloqueos, las interferencias mentales, y la deformación pornográfica, ,… Bloqueos e interferencias fruto de la falta de educación recibida, de la represión o de experiencias que hemos vivido como frustrantes o traumáticas. Y es que, en el forjado de nuestras preferencias eróticas o mapas del amor (John Money) interviene mucho el cincel social. Y, joder, esto condiciona muchísimo el disfrute sano de algo tan bonito y tan natural. Aunque si somos capaces de soltar lastres,  si somos capaces de abandonarnos, volaremos.
Más turbado que menos te cuento esto como el que lanza piedritas planas a la superficie del agua, por el  hecho terapéutico de verlas dando saltitos antes de hundirse.  Nada más lejos de mí intención que sentar cátedra o elaborar un decálogo de cómo comer un coño, para gustos colores. Cierro los ojos, lanzo la piedrita y .. plash, … plash, … plash, ... plash, … glugluglu...
Los tíos, por lo general, somos bastante burros, bueno … bastante primates, lo digo por mí. Tras unos besitos de rigor y dos caricias fugaces, nos lanzamos en picao. Error. Error!!!.
Las prisas y las urgencias son malas aliadas de casi todo, y el sexo no es una excepción. Por supuesto que hay sexo exprés, e igual que hay fast food hay fast sex, y el momento, las circunstancias, la persona, y tal y cual, y todo, todo,  está muy bien. Pero amorrarse, para mí, forma parte del universo slow : despacio, disfruta y saborea. Comer un coño es un paseo, no una carrera. (te aconsejo que leas cualquier libro de paseo de Thoreau). Un paseo que nos va revelando  el paisaje intuido.  Un  paisaje que emerge de los dedos y de la piel, de las caricias, de los  jadeos,  de flujos y sudores. Pasear despacio, hasta formar parte del paisaje, hasta ser paisaje. Pasear es tantear, y vamos tanteando, mientras va creciendo el nivel de excitación y todo va emergiendo. Tantear es dejar que vaya apareciendo ese paisaje, sin prisas. Aproximarnos despacio, saboreando cada milímetro. Ir acercándonos, acariciar los pechos, besarlos, regocijarse en ellos, retozar en los pezones. Luego bajar acariciando, para acampar  en la zona del ombligo. Besos calientes por el vientre, yendo puntualmente a abrevar a los pechos. Acariciar, susurrar, besar succionar, pasar la lengua, mordisquear el pezón. Muy despacio. De nuestros dedos y nuestra boca va surgiendo el paisaje, cálido e infinito, que se eriza, se crispa, se tersa y ondula. Susurrar, besar, pasar la lengua. Resbalar hacia el sur, dejarse caer, sin prisas,  de nuevo hasta el vientre. Sentir como los corazones bombean con mayor urgencia, como aumenta el ritmo cardiaco y se van tensando los músculos y con ellos se tersa la piel bajos tus labios. Tu lengua se desliza mucho mejor, el sudor es salado, la respiración se torna jadeo. Susurras, besas, chupas y pasas la lengua, mientras con la mano acaricias la vulva y, como el/la que no quieres la cosa, vas abriendo sus muslos, dispuestos para el vuelo. Una bocanada de aire refresca el coño. No hay prisa. Tus labios, tu lengua, pasean sin prisas por la cara interna de los muslos, las ingles, el pubis. Un beso fugaz abraza la vulva, apenas rozas el clítoris. Hay cadencia, pero intuyes el rugido de la cascada. Continuas tu paseo, tus pasos son susurros, besos, pasar la lengua. Sientes el crescendo del ritmo del corazón, allá arriba los jadeos, como una brisa que azota el norte de este país cuyo sur se sigue tensando, y tensando. En tí, el oceano, las montañas, la llama rojoazulada, yo soy el rio rozado por el viento. Otro beso abraza la vulva, esta vez se entretiene unos segundos. Mientras,  tus manos, como prolongaciones independientes, siguen acariciando los pechos, pellizcando los pezones, todo Tu eres tu Boca. Eres en tu boca. Besas, susurras, chupas, y tu lengua se acerca tímidamente al clítoris. Lo lames, sin presionar lo besas, lo rodeas, lo succionas. Tienes la tentación de mordisquear, pero espera, no tengas prisa. Espera… piensa en Thoreau o en su puta madre, pero disfruta del paisaje hasta ser paisaje. Ya te lo pedirá ella, con su voz entrecortada, llevando su mano a tu cabeza, arqueándose, con su pelvis, ella te dirá cómo y cuándo lo quiere. Arqueándose, qué bonita palabra.
Tus manos, que ya no son tuyas, siguen explorando surestes y noroestes,  ora se sumergen junto a tu lengua, ora se pierden en las cálidas estribaciones  escarpadas de los pezones, déjalas. Déjalas acariciar la suavidad y la crispación, el sudor y el anhelo. Moja tus dedos, ora en su coño, ora en su boca. Que chupe tus dedos, como chuparía tu polla. Tu lengua y tus dedos no compiten, se acompañan, rezagados acarician la entrada de la vagina. Susurra al paisaje, que tu verbo sea brisa, pregunta, descubre sus preferencias, apréndelas.  No sé, en el movimiento hay algo del oleaje, déjate llevar por esa ondulación, sintoniza y piérdete lentamente en sus texturas. Sumérgete en su corrida y moja tu rostro. Llora. Llora sobre su orgasmo. Separa tu rostro un poco, deja tu boca apenas a unos centímetros de su coño y susurra. Susurra en tu lengua más primaria, ancestral. Abrázate perplejo a esa diosa y bésala, bésala en la boca. Llora y díselo. Díselo, desde tu centro, sin palabras, díselo mientras la besas.
Díselo o no, hazlo así o de otra forma, pero abandónate. Suelta lastre y abandónate.
A qué esperas, disponte a volar, o quizás  esperas a que te lo cante Aute.







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