los vasos son grandes, las camareras guapas

... el gris del día devora a un atardecer inexistente, la oscuridad va diezmando siluetas, fugaces, apresuradas, cruzando la plaza del mercado. 
Hace un par de semanas paseábamos por Antigua Guatemala, caminábamos desrumbados, sin prisa, sin apenas conjunciones, sin proposiciones, sin palabras. Caminábamos sin hablar, mirando el suelo, bueno, para ser más precisos, mirábamos el cielo reflejado en sus charcos. Deambulábamos por calles empedradas  de forma irregular, con desniveles  en sus centros en donde se encharca el agua de la reciente llovida. La mayoría de las casas permanecen muy abandonadas,  desconchadas, tragadas por la luz, perdiéndose en un eco de  blancos y amarillos. Otras, sin embargo, han sido pintadas con pigmentos muy vivos: naranjas, azules, añiles. Sin decir nada, andábamos encantados, fascinados por ese cromatismo espontáneo y violento derramado sobre los charcos, junto a un  cielo que tiembla trazado por algún pájaro. Tu ibas un poco adelantada. 
Hoy el frío es  tremendo. Entramos en uno de esos sotanobares de jazz que circunferencian la plaza, y unos chupitos de vodka para entra en calor, y la gente está fumando y fumando y, después, unas cervezas negras Żywiec Porter, y  el cuarteto me suena a gloría, y creo que versionean a Thelonious Monk en esta noche que blanquea las aceras en la plaza del mercado de Cracovia. Los vasos son grandes, las camareras guapas. No puedo creer que estés aquí conmigo, no puedo dejar de sonreír. 
Ahí afuera, aunque no lo veo, sé que ha empezado a nevar,  aunque no lo oigo, sé que cada hora sonará el toque de trompeta desde la torre de la catedral de Santa María. Aquí dentro, se está muy bien, los vasos son grandes, las camareras guapas, rubias y con la piel muy tersa, y suena Round Midnight y yo no puedo creer que estés aquí conmigo, no puedo dejar de sonreír.


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