Apostasías
En la recepción del hotel , mientras esperaba tu coche, he leído esto:
Renunciar a sí mismo: esa es la condición que puso Cristo a quien quiere entrar en la vía: «El que quiera venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo (aparnisasthô héafton) » (Mt., 16, 24) . El verbo empleado tiene un sentido muy claro: aparnisthai significa «negar», «rechazar»; la orden de Cristo, por tanto, equivale a decir que hay que «negarse a sí mismo» (15), «reducirse a nada». «Es absolutamente imprescindible –dice el anónimo de "La nube del no saber"– que el hombre pierda toda idea y toda sensación de su propio ser» (16). «Cuanto más puedes expulsarte y huir de ti mismo -escribe por otra parte Angelus Silesius-, tanto más debe derramarse Dios en ti con su divinidad» (17).
Dejo la lectura y respiro hondo, a mi alrededor todo transita sereno, afelpado. Es uno de esos hoteles que, entre semana, está ocupado por gente que tiene reuniones. A esas horas, la mayoría de los clientes han desayunado, muchos han salido ya del hotel. Desde aquí veo la calle, las aceras están mojadas, no llueve. Tu te retrasas. Me he pellizcado el muslo, sigo aquí, anonadado en mi mismo, sin reducirme a nada. Continuo leyendo:
«Hay algo en el alma que está por encima de la esencia creada... Es un parentesco de especie divina, una unidad en sí mismo, sin relación ni vínculo con cosa alguna... Si pudieses anonadarte a ti mismo, aunque fuese sólo un instante... te pertenecería entonces en propiedad todo eso que reside en ese misterio increado del interior de ti mismo... Mientras sigues preocupándote de ti mismo, o de lo que sea, ignoras el Ser de Dios»
Tras la ventana, tu coche, tras la ventanilla tu carasonriéndome, un parentesco de especie divina. Una buena bocanada de aire fresco me ha devuelto a tu mundo. Un mundo de aceras mojadas, de gabardinas apresuradas, de claxons y bocinas crispadas, de comercios que abren sus puertas, madres que arrastran a sus hijos medio dormidos, de camareros que secan las sillas y mesas mientras miran al cielo, hacía las nubes del no saber. Un mundo dentro de otro mundo, como en esas muñecas rusas. Otro mundo en donde reside ese misterio increado, en donde los grises de las nubes llegan a ser negros, con una brevestancia en los marengos. Cierro la puerta del coche, abrocho el cinturón: silencio. El silencio. Tu mejilla esta cálida, tu sonrisa huele a tabaco rubio, el tráfico es denso y ya estás concentrada en la conducción.
Ahí afuera, el cielo una masa apunto de aplastar las edificaciones. Aquí, tu cuello es precioso y reprimo mis ganas de besarte. Permanecemos un buen rato en silencio. Me reduzco a nada.
Una brecha de sol se va abriendo paso entre las nubes (Dios en ti con su divinidad) cicatrizando una carretera mojada que platea dorada pespunteada por árboles y verdes a ambos lados. La ciudad, apenas un recuerdo. Sonrío y me dejo acariciar por la luz.
Ahí afuera, el cielo una masa apunto de aplastar las edificaciones. Aquí, tu cuello es precioso y reprimo mis ganas de besarte. Permanecemos un buen rato en silencio. Me reduzco a nada.
Una brecha de sol se va abriendo paso entre las nubes (Dios en ti con su divinidad) cicatrizando una carretera mojada que platea dorada pespunteada por árboles y verdes a ambos lados. La ciudad, apenas un recuerdo. Sonrío y me dejo acariciar por la luz.
Yocasta - digo, rompiendo el silencio - no es algo nuevo, ni que decir tiene que de niño, e intuyendo mis posteriores apostasías, me colé entre las piernas carnales de alguna primita encarnada.
- ¿Recuerdas nuestras urgencias por quedarnos solos?- tu voz, sin mirarme. Tu voz dulce me trae tu aliento.
- ¿Recuerdas? - insistes, mirándome de soslayo. - Eran urgencias de portales y terrazas, de salir corriendoscalerasarriva para llegar tarde a la cena.
Claro que lo recuerdo - cierro los ojos. - Recuerdo nuestros sudores, el timbalear de nuestros pequeños corazones, tus bragas, el dulce sabor de los besos, y el regusto a oxido que el pecado dejaba en mi boca. Ya de mayores, coincidir en celebraciones y cruzar furtivas miradas, el rozarse nuestras rodillas bajo la mesa, el acalorarse de nuestras mejillas con aquellos recuerdos que nos estigmatizaban. Recuerdos que, estoy seguro, ambos queríamos expatriar. Una parte de nosotros deseaba que jamás hubieran ocurrido, pero que ahí estaban, ahí están.
Si - tu voz suena aún más sensual - Ahí están para desterrarnos de nuevo a sus clandestinos territorios: a aquellos nacientes deseos, a aquellos primeros placeres, a aquellos ingrávidos infiernos. Pero agua pasada ...
- ¿Qué? !! - al ver mi cara tu sonrisa es casi carcajada.
Querida mírame , aparnisthai, negando, rechazando, negando, incestando de pensamiento, de palabra, de ...., quemándome en este infierno por omisión.
- ¿Recuerdas nuestras urgencias por quedarnos solos?- tu voz, sin mirarme. Tu voz dulce me trae tu aliento.
- ¿Recuerdas? - insistes, mirándome de soslayo. - Eran urgencias de portales y terrazas, de salir corriendoscalerasarriva para llegar tarde a la cena.
Claro que lo recuerdo - cierro los ojos. - Recuerdo nuestros sudores, el timbalear de nuestros pequeños corazones, tus bragas, el dulce sabor de los besos, y el regusto a oxido que el pecado dejaba en mi boca. Ya de mayores, coincidir en celebraciones y cruzar furtivas miradas, el rozarse nuestras rodillas bajo la mesa, el acalorarse de nuestras mejillas con aquellos recuerdos que nos estigmatizaban. Recuerdos que, estoy seguro, ambos queríamos expatriar. Una parte de nosotros deseaba que jamás hubieran ocurrido, pero que ahí estaban, ahí están.
Si - tu voz suena aún más sensual - Ahí están para desterrarnos de nuevo a sus clandestinos territorios: a aquellos nacientes deseos, a aquellos primeros placeres, a aquellos ingrávidos infiernos. Pero agua pasada ...
- ¿Qué? !! - al ver mi cara tu sonrisa es casi carcajada.
Querida mírame , aparnisthai, negando, rechazando, negando, incestando de pensamiento, de palabra, de ...., quemándome en este infierno por omisión.
- Hemos llegado Edipo - has dicho entre risas.
He girado a la derecha, tomando un estrecho camino sin asfaltar, apenas he recorrido doscientos metros y el camino termina en una pequeña esplanada verde lilacea. Cubierta de hiervas salpicadas de espliego. Aparco el coche y salimos sin coger nada.
He girado a la derecha, tomando un estrecho camino sin asfaltar, apenas he recorrido doscientos metros y el camino termina en una pequeña esplanada verde lilacea. Cubierta de hiervas salpicadas de espliego. Aparco el coche y salimos sin coger nada.
Frente a la esplanada se alza una edificación un tanto vertical de unas tres plantas. Junto a ella, adosada, otra más bajita y ancha. Quijote y Sancho - hemos pensado. Es una casa antigua, rodeada por un inmenso campo de cereales, la brisa acaricia ese pelo rubio que cubre los alrededores, creando una ilusión de oleaje.
- Parece un molino restarurado - me he dicho a mí mismo - los cerramientos son de mamposteria de granito y la cubierta de madera de castaño. Esto -señalando a la construcción más bajita - sería el granero. Seguramente albergará algún pozo.
Un tanto abstraída, observas la edificación y, cerrando los ojos aspiras el movimiento del trigo. Eres preciosa.
Secas de esperarnos, bajo nuestros pies crujen las ramitas; la brisa es ya vientecillo, aire que respiramos, soplo aliado que desnuda tu cuello. Un parentesco de especie divina, algo en el alma que está por encima de la esencia creada, mi mano aparta el pañuelo y beso tu cuello, tu nuca. Te beso y me besas, nos besamos, y Calanda en nuestros pechos, un papel arrugado se aleja volando.
La vida es corta como un verano sueco.
- Parece un molino restarurado - me he dicho a mí mismo - los cerramientos son de mamposteria de granito y la cubierta de madera de castaño. Esto -señalando a la construcción más bajita - sería el granero. Seguramente albergará algún pozo.
Un tanto abstraída, observas la edificación y, cerrando los ojos aspiras el movimiento del trigo. Eres preciosa.
Secas de esperarnos, bajo nuestros pies crujen las ramitas; la brisa es ya vientecillo, aire que respiramos, soplo aliado que desnuda tu cuello. Un parentesco de especie divina, algo en el alma que está por encima de la esencia creada, mi mano aparta el pañuelo y beso tu cuello, tu nuca. Te beso y me besas, nos besamos, y Calanda en nuestros pechos, un papel arrugado se aleja volando.
La vida es corta como un verano sueco.
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