Somos sombras, somos luz y silencio.

- No vivimos en la luz, somos luz - acabas de decir. Y te has quedado callada, recostada en tu orilla,  las manos acariciando las piedritas calientes,  dejándote salpicar por las olas, lamida por los últimos rayos de sol de esta tarde fría de febrero.  Reflejando las nubes, fluye el verde de la mar en tus ojos tostados.
Tras ese  prolongado silencio, dramatizado por el rumor del oleaje, te has incorporado , sentada, mirando al horizonte,  has continuado diciendo - Tal vez, todo es un espejismo y tengas tu razón al decir que somos sombras que viven expuestas  a la ilusión de la claridad.  
No hay una pregunta en tu enunciado, pero he querido responder. Continuar, más por seguir oyendo tu voz, que por otra cosa.
- Frente a esa visión del ser humano plenamente descifrado, se antepone la evidencia de que seguimos siendo un misterio para nosotros mismos, no crees ?- he dicho mirando el vaivén de la mar. - A eso me refería, a cuestionar esa ilusión de que, en las personas, todo está expuesto. Queremos reconocernos y por eso inventamos los espejos, para mirarnos, mientras dejábamos de vernos.   Somos restos de olas,  como esa espuma que flota ahí en la orilla. Somos grisesblancos empujados por el viento,  como esas nubes de ahí arriba. Claroscuros, como esas manchas, ajenas a su condición de falsas metáforas que albergan rostros diluidos, que se expanden desdibujando su propia esencia. Inpermanentes, siendo y dejando de ser,   siempre cambiando, siempre cambiando. Seguimos dando tumbos, obstinados en el torpe y estéril intento de descubrirnos, de desentrañarnos, mientras el sueño de la razón persiste en producir versiones de nosotros mismos.
- Somos luz - has dicho, mirándome a los ojos- Efectivamente, cuando dejas de lado a la razón y abres tu corazón todo se ilumina, todo se torna claridad. Es lo que los místicos llaman estado de gracia. Y así es, un estado de gratitud plena.
No es aún de noche, pero la tarde empieza a ser oscura y, allá a lo lejos,  la ciudad enciende sus luces. La ciudad, el gran bazar de la humanidad, depredadores de experiencias. Te he besado, nos hemos besado tumbados en esta orilla. Dejando que las olas se lleven las palabras. Tantas palabras. Ha quedado el noble silencio.

    Ursula Wentzlaff

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