Acariciador de sinalefas


Tras un sueño que ya te he contado, me he despertado con esta palabra intrusa en mi voca:  hipocorístico. hipocorístico. hipocorístico.
wikipedio: Los nombres hipocorísticos (del griego hypokoristikós: acariciador) son aquellos usados con intención afectuosa, familiar o eufemística para suplantar a uno real. Se caracterizan en que las palabras son sometidas a cierta deformación, siendo muchas veces apócopes, aféresis o diminutivos del nombre propio verdadero; aunque también pueden tener un origen etimológicamente distinto al de éste. Bufff!, más claro agua, a esto se refería el bueno de  Aldous cuando díjo "Las palabras están ahí, para explicar el significado de las cosas, de manera que el que las escucha entienda dicho significado." 

Hipocorística llevo todo el día echándote de menos. Te veo en los retrovisores de los coches, tu perfil en una nube, saliendo de un supermercado, mientras camino entramada en la  veta del mármol, en la arruga de un árbol. Tu voz en mi espalda, me vuelvo y aún queda tu perfume y tu sabor, esa alquimia de plantas y aceites esenciales mezclados con tabaco. Todo el día echándote de menos y cuando esto ocurre el tiempo  se torna algo ajeno. ¿El tiempo?, un eco que trae la brisa, un recuerdo cautivo en la punta de la lengua, algo que nos contaron, pero … suena tu alarma.  
Sigo caminando y,  de repente, otra vez soy ella. Ella  bostezando, ella escuchando, ella liando sus cigarros. Soy ella, su voz, ella. Ella enflequillada paseando descalza por un campo sembrado de amapolas, salpicado por pequeños arbustos de metaplasmos, entre matas y arbustos, en donde amanecen deshojadas y maravillosas las flores de los apócopes y los aféresis, así como pequeñitas y  diminutivas alguna diéresis. Entre sinaléfas rotas te agachas y hueles una flor,  hermosas y solitarias, se sonrojan las dialefas de sinéresis,  con sus diptongos y hiatos. 

Aunque ya es invierno, todo tiene ese color tardío,  otoñal,  tonos cromáticos que amortiguan los brillos, las estridencias, esa luz que nos devuelve colores gastados.  Un vergel  de vocales y consonantes, en donde el  canto de las agudas y  las llanas sintoniza con el tramar afelpado del riachuelo, un tintineo musgado e inocente que gota a gota va desvirgando a la piedra. Arriba, el sonido amarillo de las hojas  mecidas por la brisa otoñal que,  ingrávidas,  caen para alfombrar el camino. 
Todo  allí es susurro, susurros sobre un cielo azul y cambiante trazado por el majestuoso vuelo de las águilas esdrújulas. 
Abajo,  en el valle,  junto al estanque en donde  desemboca el riachuelo, despliegan su bello plumaje de  aves del paraíso las  parejas de sobreesdrújulas, un cortejo semántico y multicolor de grises, ocres y azules contenidos. La hembra mira al infinito aparentando indiferencia, mientras el macho corretea a su alrededor repitiendo  un mantra hipnótico que parece decir “cógeselo , recógeselo, cógeselo”. Es lo que tienen las sobresdrújulas. 
Arriba, sigue corriendo el cielo dinvierno, cambiante como el corazón de una mujer.
Escuchando sin palabras, oliéndote y saboreándote,  voy entendiendo el significado de las cosas. 
¿El tiempo? … , algo ajeno que nos contaron, pero … suena tu alarma.

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